Félix Lope de Vega

1547 - 1616 (Madrid, España)

Dulce desdén, si el dano que me haces
de la suerte que sabes te agradezco,
qué haré si un bien de tu rigor merezco,
pues sólo con el mal me satisfaces.

No son mis esperanzas pertinaces
por quien los males de tu bien padezco
sino la gloria de saber que ofrezco
alma y amor de tu rigor capaces.

Dame algún bien, aunque con él me prives
de padecer por ti, pues por ti muero
si a cuenta dél mis lágrimas recibes.

Mas ?cómo me darás el bien que espero?,
si en darme males tan escaso vives
que !apenas tengo cuantos males quiero!
"Dulce desdén"

Lope de Vega Félix Lope de Vega Carpio nació el 25 de noviembre de 1562, en la villa de Madrid, España.

A los doce años había ya pasado los cursos de Humanidades, en los que había brillado; y a la vez, como de padres de buena alcurnia, tenia la más mundana educación y conocía a maravilla la danza, la música y la esgrima.Pero su suerte cambió pronto, pues a los pocos años se vio huérfano, sin protección ni amparo, por lo que se acogió a la hospitalidad que le daba la casa de don Jerónimo Manrique, obispo de Ávila, y aun después trabajó en casa del duque de Alba, a quien sirvió de secretario durante algún tiempo.

Dos veces contrajo matrimonio, y dos veces enviudó, por lo cual, al ocurrir este último triste suceso, tomó hábitos religiosos y se inscribió en la Congregación de sacerdotes naturales de Madrid.

Hasta aquel entonces su vida había sido algo accidentada, pues vivía de lo que le daban sus comedias y otros escritos; con el estado eclesiástico, otras rentas venían a sumarse a las que le producían sus obras, y pudo llevar una vida sosegada y tranquila, en la cual podía producir mejor. Entonces fue cuando comenzó a gozar de la popularidad que sólo con la muerte había de acabarse, y que es la mayor que en los anales de la literatura universal se registra.

Ni la adoración de que Victor Hugo pudo compararse a la de Fray Lope Félix de la Vega Carpio. La facilidad asombrosa con que producía, y se le tenía por santo: por lo cual cuando iba por las calles era objeto de toda suerte de manifestaciones de respeto y simpatía, y como preciosa reliquia se le pedía un pedazo de su sotana. Sólo para verle venía mucha gente a Madrid, y el mejor elogio que de algo se podía hacer, era decir que era como de Lope.

El mismo papa, Urbano VIII, hubo de escribirle una carta de su puño y letra, en la cual le confería el grado de doctor en Teología y le concedía el hábito de la orden de San Juan, en agradecimiento del poema La Corona Trágica, que le había enviado con sentida dedicatoria.

También se le atribuye otra expresión, que algunos tienen por apócrifa, pero que parece auténtica, y que se refiere a lo que los autores han de hacer mal de su grado por agradar a la cazuela:
"...Y pues las paga el vulgo, es justo hablarle necio para darle gusto..."

El número de sus comedias, según varios de sus contemporáneos, alcanzó al de dos mil; claro está que las hoy conocidas son en mucho menor número, pero de todas maneras bastantes para sentar la fama de fecundo de que ha gozado.

Sus riquezas corrían parejas con su fama, y vivía en Madrid con un fasto principesco, en la misma calle en que olvidado y ocioso, casi desconocido, languidecía un hidalgo que había perdido un brazo en la batalla naval de Lepanto y se llamaba don Miguel de Cervantes Saavedra.

Mas la posteridad ha hecho justicia, y mientras cada día el nombre y la fama del autor del Quijote se ensanchan, si posible es, Lope de Vega es colocado en su puesto: los restos del fetichismo que por él se tuvo desaparecen, la sana y serena crítica halla que en el teatro castellano hay un Calderón, un Moreto, un Riojas, un Tirso de Molina que en ingenio y donosura no le van a la zaga, al par que han hecho obras maestras en géneros teatrales para los cuales Lope de Vega se hallaba completamente falto de cualidades, como la tragedia, que Calderón de la Barca supo tratar tan bien como Shakespeare, o a cualesquier gran autor del Renacimiento Italiano.

Lope de Vega murió en 1635, a los 73 años de edad, y sus funerales fueron celebrados con inaudito boato, a costa del duque de Sesa, que fue su heredero.