El Camino a Santiago

Fuente: Instituto Cervantes.

El monte del gozo Si a alguien le dijeran que en España existe un museo cuyas salas se extienden a lo largo de más de ochocientos kilómetros, no se lo creería. Y, sin embargo, el tramo español del Camino de Santiago, que va desde Somport o desde Roncesvalles hasta Compostela, es un verdadero museo. La piedad de mil años ha dejado allí un tesoro de arte románico, gótico, renacentista o barroco. La Vía Jacobea se extiende por toda Europa, a través de innumerables caminos orlados también de monumentos que deben su origen a la peregrinación.

En el Camino de Santiago, la historia se mezcla con la leyenda y en ocasiones no se sabe dónde empieza una y acaba otra. No está demostrado, históricamente, que Santiago el Mayor, hijo del Zebedeo y de María Salomé, y hermano de Juan Evangelista, predicara en España, aunque algunas fuentes lo dan por cierto. La tradición quiere que la Virgen María, que aún vivía en Nazaret, se le apareciera dos veces, una a orillas del Ebro, en Zaragoza, sobre un pilar portado por los ángeles; la segunda, cuando llegó a la playa de Muxía en la Costa de la Muerte gallega, navegando en una barca de piedra que aún puede verse varada sobre la arena.

Los que afirman que Santiago estuvo en España reconocen que logró muy pocas conversiones. Desanimado quizá por su escaso éxito, volvió a Palestina, donde Herodes Agripa I le mandó decapitar. Dos discípulos suyos, Atanasio y Teodoro, que quizá le acompanaron en su viaje a España, pusieron su cuerpo en una barca, la cual, gobernada por ellos o navegando por sí sola, pues en esto no están de acuerdo los autores, pasó las columnas de Hércules, el Estrecho de Gibraltar para entendernos, y llegó a las costas de Galicia. El lugar donde atracó está determinado por un "pedrón" que lleva una inscripción de época romana y que ahora está debajo del altar de la iglesia del pueblo que tomó de aquella piedra el nombre de Padrón.

Aquel territorio estaba gobernado entonces por una reina llamada Lupa o Loba, a la que pintan cruel y despótica, pues puso toda clase de trabas a los discípulos cuando éstos le pidieron un lugar donde dar digna sepultura al Apóstol. Cuentan que, para burlarse de ellos, les dio una pareja de toros bravos que los discípulos tuvieron que amansar antes de uncirlos al carro mortuorio. Cuando vio este prodigio, la reina Loba dio su consentimiento para que dieran tierra al santo cuerpo en un lugar boscoso llamado Libredón.

Pasaron ocho siglos y, en el año 814 -otros autores creen que en el 834- un ermitano llamado Pelagio vio un gran resplandor sobre aquel bosque y fue a comunicárselo al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, dejando así a su prelado la gloria del descubrimiento. Reinaba a la sazón en Asturias Alfonso II el Casto, a quien cupo el honor de ser el primer peregrino de Santiago. Por entonces, Carlomagno había muerto, aunque la leyenda carolingia quiere que fuese el emperador el verdadero descubridor del sepulcro. En su tumba de la catedral de Aquisgrán puede verse, grabada en oro, la escena de la aparición de Santiago a Carlos, mostrándole el Camino de la Vía Láctea que conduce a la sepultura.

El lugar del descubrimiento se llamó Compostela o Campo de la Estrella, aunque es más probable que la palabra venga de compositum, en latín "cementerio". Todos los pueblos de Occidente llaman a la Vía Láctea el Camino de Santiago. Algunos dicen que, desde mucho antes de la llegada del cristianismo a España, existía una ruta iniciática que se dirigía al Finisterre, al lugar donde empieza el Mar de los Muertos, del que nadie volvía. No pocos peregrinos completan su viaje a Santiago yendo al Cabo de este nombre para ver la puesta de sol, recordando que los antiguos pensaban que el astro moría cada atardecer y hasta creían oír el crepitar de la hoguera celeste al hundirse en el Océano.

Un historiador romano, Salustio, escribió a propósito de los mitos clásicos: "Estas cosas no sucedieron siempre". Desde hace más de un milenio, los hombres han creído que en el edículo de la cripta de la catedral compostelana están los huesos del Apóstol Santiago. Los arqueólogos que pudieron examinarlos aseguraron que los restos son del siglo I. Unamuno sugirió que podían ser los del hereje Prisciliano. Y Lutero llevó su menosprecio por las reliquias a desaconsejar a sus seguidores que viajaran a Compostela porque, "...no se sabe si lo que allí yace es un perro muerto o un caballo muerto". Lo importante, sin embargo, es que durante siglos millones de personas peregrinaron al sepulcro del Apóstol y trazaron una vía de cultura que permitió a Goethe escribir: "Europa nació de la peregrinación".

Dante Alighieri dejó escrito que solamente merecían el nombre de peregrinos los que viajaban a Compostela. Recogía así el lenguaje de su época, en la que se llamaba palmeros a los que iban a Jerusalén, romeros a los que viajaban a Roma y peregrinos a los que vestían la capa con esclavina y tomaban el bordón, "tercera pierna del caminante", para ir a Santiago.

Emperadores, reyes, obispos, grandes señores tomaban el camino jacobeo, y con ellos comerciantes, canteros, escritores, artistas, goliardos, así como pícaros y gentes de mal vivir. Arquitectos, escultores y pintores eran contratados por los monasterios, las diócesis, los reyes de Aragón, Navarra o Castilla y las casas señoriales para levantar iglesias, hospitales y albergues de peregrinos. Todos los Caminos de Santiago de Europa están jalonados de monumentos. El tramo español, llamado Camino Francés porque por él entraban en España los francos o extranjeros, cuenta con ocho catedrales, con innumerables iglesias románicas, góticas o renacentistas, con espléndidos edificios civiles, por no mencionar las obras de ingeniería, las calzadas, los puentes, que fueron construidos con el solo propósito de facilitar el paso de los peregrinos. Y hay que añadir que no pocas de las ciudades y villas que el viajero moderno encontrará a lo largo del Camino deben su origen a la peregrinación, pues nacieron como hitos de la vía jacobea.

Sobre el Camino de las Estrellas se escribió lo que puede considerarse la primera guía turística de Europa. Fue su autor un clérigo francés, capellán de Vezelay, llamado Aymerich Picaud. Su Liber Peregrinationis forma parte del Codex Calixtinus, obra del siglo XII, que debe su nombre al Papa Calixto II, quien la mandó compilar. Aymerich describe las tierras por las que pasa la vía jacobea, dando detalles sobre las reliquias que se deben venerar, los ríos que hay que cruzar, los peligros con que se encontrará el caminante e incluso el carácter de las gentes que pueblan el territorio.

Aymerich, por cierto, no simpatiza demasiado con los españoles, especialmente con los navarros, a quienes tilda de malvados y bárbaros, seguramente porque se encontró con aduaneros que le intentaron cobrar portazgos o pontazgos indebidos, o porque le dieron mal hospedaje o le prometieron un vino bueno y luego le dieron uno "bautizado". El peregrino de hoy desmentirá estas informaciones del clérigo del siglo XII. En todas las ciudades y en muchos pueblos del Camino Francés hay albergues y refugios de peregrinos donde se puede pernoctar sin pago alguno o por un donativo o precio simbólico. Y es extraordinario comprobar que las gentes que viven a lo largo de la vía jacobea, las asociaciones de amigos del Camino o los voluntarios que actúan como hospitaleros en los albergues ponen todo su empeño en atender a los peregrinos. Y se define como peregrino quien recorre al menos cien kilómetros andando, a caballo o en bicicleta por el Camino de Santiago.

Tampoco los viajeros quedarán defraudados, pues a todo lo largo de la ruta encontrarán muy buenos hospedajes y tendrán ocasión de probar especialidades de la cocina aragonesa, navarra, riojana, castellana, leonesa y gallega. A la belleza de los monumentos se une la de los paisajes, que van desde los hayedos y los robledales pirenaicos, hasta los verdes montes de Galicia, pasando por los viñedos donde se cría el mejor vino de España, los trigales de la Tierra de Campos o los ásperos montes de la Maragatería o del Bierzo.

El premio por la andadura o por el viaje es, sobre todo, Compostela, su catedral y el prodigioso pórtico de la Gloria del Maestro Mateo. Hay que dar la razón al clérigo medieval Aymerich Picaud cuando escribió que al ver este templo "quien está triste, se vuelve alegre".