Atahualpa, El Último Inca
1500 - 1533 (Perú)
Nacido a principios del siglo XVI, hijo de Huayna Capac, Inca conquistador y de la Princesa Paccha, hija de Cacha, último Shyri soberano del pueblo de los Quitus. Esta unión se había dado al final de la conquista del Reino de Quito y en parte como tributo al vencedor Inca, pero más que por conquista guerrera, por una alianza de amor. Por eso Atahualpa, o Atabalipa era además del sucesor del abuelo rey de los Quitus, fundamentalmente un Inca, y el hijo del más grande emperador del Imperio, preferido y educado por él. Su compañero de largas horas y días, testigo de sus obras de civilización y construcción.
Recibió una cultura y educación superiores, esmeradas y sólida, además de recia y viril. Cuando Atahualpa tenía alrededor de 13 años, su padre Huayna-Capac, le contaba como compañero inseparable en sus viajes, a través de todo el basto Imperio, los más sabios amautas para maestros de su hijo. Y en los días de descanso entre batallas y en las horas libres de las marchas, el príncipe Atahualpa, en presencia de su padre, recibía lecciones de aquellos maestros ilustres y claros, en todos los conocimientos de la tierra, de los hombres y del Sol. Largas travesías de descubrimiento a temprana edad, exploraciones en la fría tierra de los Andes, sus altas cordilleras, sus misteriosas montañas, eran parte de la inspiración que iba formando su carácter, así como las largas y aleccionadoras caminatas por profundas selvas, inquietos senderos y cuevas misteriosas.
Al mismo tiempo bajo la especial vigilancia del rígido y adusto Ruminahui (el más intrépido y temerario de los generales del Imperio) Atahualpa recibía la más rigurosa y severa educación para la guerra. A este respecto se cuenta que se le adiestró como un simple soldado, y como ellos, cada indio en buenas condiciones físicas estaba obligado a prestar servicio militar. Se lo adiestraba en el manejo de las armas, existentes en esa época, se les exigía pericia en el tiro de la honda, en el lanzamiento de la flecha, en el manejo de la lanza y del hacha de pedernal, debía adquirir fuerza y precisión para el disparo de la cerbatana. En las largas marchas a través de los caminos y lugares del Tahuantinsuyo, se le hizo caminar a pie, al igual que los cadetes de la Academia Real, dentro de la cual se educaban la oficialidad noble y el Inca durante su adolescencia, y para su graduación tuvo que viajar y estudiar la tierra y sus elementos, por las escarpaduras de las sierras, y por los arenales o manglares encendidos de fuego de las llanuras; para conseguir que el príncipe Atahualpa, adquiera agilidad, fuerza y resistencia y al propio tiempo, el amor y respeto de soldados y jefes. Hacia esa época, toda su educación le había llevado por casi todos los senderos del Imperio de su padre, que hoy constituyen tierras desde el norte del Ecuador hasta el sur de Perú, incluyendo Bolivia y buena parte de la selva amazónica.
Desde que fue hombre para llevar armas, Atahualpa tomó parte en las acciones bélicas y tuvo ocasión de probar los resultados de su aprendizaje y de dar inequívocas pruebas de intrepidez y arrojo que colmaban de orgullo al Inca. El momento que asumió la regencia de su pueblo, Atahualpa unía a su cultura, a su preparación militar y política, un gran prestigio, que la fantasía y la superstición de los indígenas habían agrandado hasta convertirla en leyenda. Atahualpa era un ejemplar rudo y fuerte de la mezcla de dos estirpes: la de los Quitus y la de los Incas. Su nacimiento y su vivencia en la dura serranía del Pichincha le había dado fortaleza de músculo, agilidad y poder para el camino; las heladas del páramo inhumano habían curtido su piel. Era ancho y bien formado de hombros; de estatura más bien alta. Tenía el rostro grande hermoso y feroz, pero era de una impasividad de piedra. Habituado al legislar sabio y al sentenciar justo e inapelable de su padre, Atahualpa había adquirido el hablar grave, trascendental, reposado. Sus razonamientos eran sagaces y profundos y la sutilidad de su discurrir eran tan fina y segura, que hacía caer en sus redes aun a los más perspicaces. Tenía el proyectar y el resolver rectilíneos por ello su llegada a las llactas no eran esperada nsiosamente por todos, como senal de fiesta, eran mas bien temidas, porque llegaba siempre para el trabajo, para la guerra o para la justicia.
Al morir Huayna-Capac, dividió el Tahuantinsuyo, asignando a su heredero primogénito y legal, Huáscar que residía en el Cuzco, todo el imperio en su parte anterior a la conquista el Reino de Quito y este último territorio fue asignado a su Hijo Atahualpa, que nació de su matrimonio con la Princesa Paccha, heredera que de ese Reino, es decir devolvió a su legítimo heredero el indicado Reino de Quito.
Cinco años permanecieron en Paz ambos, pero queriendo ser únicos en el Imperio, los dos hermanos encendieron la Guerra civil. Atahualpa, con sus generales Quisquis y Calicuchima, al frente de un poderoso ejército, sometieron a los Canaris y los castigaron sangrientamente, porque eran partidarios de Huáscar. Se dice que Atahualpa cayó prisionero y luego se fugó, continuando la campaña, esta vez en contra de los isleños de Puná, donde fue herido, pero salió victorioso. Mientras tanto sus generales derrotaron definitivamente a los peruanos, que perecieron casi todos en la horrible matanza ordenada por el vencedor. Descansaba de su campaña militar y de heridas leves que sufrió Atahualpa en la ciudad de Cajamarca, cuando casi al mismo tiempo los Españoles al mando de Francisco Pizarro habían desembarcado en Túmbez y a poca distancia fundaron la primera ciudad española de América del Sur, llamada; San Miguel.
Atravesaron los Andes y llegaron a Cajamarca, alojándose en dicha ciudad abandonada, pues ejército y habitantes estaban junto al Inca en los baños de esta población o unos pocos kilómetros de distancia. Pizarro envió una embajada al Inca, para pedirle una entrevista y el Inca otra a los españoles en igual sentido. Todo esto ayudado por la vieja tradición que existía entre el pueblo Inca acerca de que el dios Viracocha, que tenía un aspecto muy parecido a los españoles, es decir blanco, barbado pero con poderes divinos, que había transformado árboles y piedras en guerreros, para defender al Inca Pachacutic-Yupanqui, y ayudarlo en sus victorias contra quienes quisieron destruir el Imperio. Y Viracocha ofreció volver siempre para salvar el Imperio. En estas circunstancias Pizarro concibió el proyecto de apoderares de Atahualpa, golpe que causaría gran efecto en el ejército y el pueblo Inca. Efectivamente el Inca fue a la plaza de Cajamarca a entrevistares con los españoles, quienes estaban escondidos para sorprender al emperador y a su gente. Atahualpa nunca había oído el estampido de un cañonazo, de los arcabuces o la desconocida fuerza de la caballería. Todo ello causó gran pánico entre los indios y además una mortandad de más de ocho mil soldados que estaban desarmados.
Finalmente Atahualpa cayó en poder de los españoles. Creyéndose con Autoridad dió orden desde su prisión que mataran a su hermano Huáscar, a quien suponía cómplice e instigador de la emboscada. Reclamó a Pizarro su libertad, ofreciéndole tanto oro como cupiera en la habitación en que esta preso. Pizarro aceptó la oferta y pronto se llenó dicha habitación con objetos de oro, lo que fue repartido entre los españoles que habían intervenido en la emboscada y descontándose la quinta parte que correspondía al Rey de España. Pizarro no cumplió con su palabra de poner en libertad al Inca e influenciado por Almagro, que consideraba necesaria la muerte de Atahualpa, para evitar rebeliones de los indios, decidió condenar a muerte al Inca. Reunió un supuesto Consejo de Guerra, ante el cual fue acusado de fratricidio, idólatra, polígamo y de conspirar en contra del Rey de España, fue condenado a morir en la hoguera, sentencia cambiada por estrangulación, por haber sido bautizado a último momento. De esta forma terminó la vida del último emperador del Imperio de los Incas, el décimo catorce de su historia y también el Último Shyri, rey del Reino de Quito y además fue el final de la más espectacular conquista de un Imperio de más de diez millones de habitantes, más de tres millones de kilómetros cuadrados de extensión, conquista efectuada por 165 hombres españoles en dos días, hecho nunca sucedido antes y que hasta hoy no se ha repetido y posiblemente no se repetirá jamás y que dió inicio al periodo conocido como Época Colonial.